Blog: Invisibles
Portland, Oregon, es una de las ciudades de Estados Unidos con más gente viviendo en las calles. Esto se le atribuye al clima, a la gentileza de su población y a la cantidad de instituciones públicas y privadas que invierten en programas para estas personas. Los “sin hogar” vienen de todas partes del país; el 33% son menores de 24 años. Muchos vienen de casas en donde han sido abusados o han pertenecido al sistema de orfanatos del gobierno.
New Avenues of Youth es una organización privada sin fines de lucro que atiende a jóvenes de entre 16 y 24 años en situación de riesgo. Estos muchachos son atacados a diario social y físicamente. Han sido maltratados, no cuentan con una red de apoyo, no tienen hogar y desconfían de los adultos. Están sometidos al silencio del tiempo y del espacio. Se han convertido en invisibles para la sociedad.
La institución está ubicada en el suroeste del centro de la ciudad en un edificio moderno, grande, recubierto de ladrillos, con amplios ventanales, rodeado de árboles. A dos cuadras está la plaza O’Bryant, lugar donde muchos de estos jóvenes pasan gran parte del tiempo. Es una de las muchas plazas en Portland, pero se diferencia, ya que es considerada “zona de nadie”. Al caminar por su costado se observa que no hay transeúntes, solo hay personas sin hogar. La población en general no la visita, ya que no cuenta con seguridad. La esquina noreste es la zona en donde cualquier cosa puede pasar, venden todo tipo de sustancias ilícitas. A los transeúntes se les dice: “Sigue tu camino”.
Al tocar el timbre abre la puerta una señora de mediana edad, es la asistente ejecutiva de la institución, su nombre es Kim. Ella ayuda a la directiva y atiende y guía a las personas que se acercan a las oficinas de New Avenues, ya sea para utilizar sus servicios o para hacer donaciones o voluntariado.
Kim me hace una introducción de la institución: “Ayudamos a muchachos en situación de riesgo. Aquí decimos que son jóvenes experimentando temporalmente el no tener hogar. Les ofrecemos alimentación, facilidades para el aseo personal, vestido, tareas dirigidas, atención médica y apoyo psicológico. Estamos aquí para ellos”. Pregunto por Hana, coordinadora de Voluntariado a quien había contactado previamente. Kim me lleva a su oficina y me la presenta.
Hana y yo procedemos a hacer el recorrido por las distintas áreas del edificio. Es un lugar acogedor. Cuenta con zonas de descanso, un comedor grande, baños con duchas, ropa a la disposición de los jóvenes, lavadoras, secadoras y kennels para las mascotas. Todo está ordenado y limpio.
Entramos al comedor, hay un cocinero y dos voluntarias que trabajan rápidamente, ya que se acercan las nueve de la mañana, hora en que se sirve diariamente el desayuno. Todos los voluntarios y empleados de la cocina llevan el cabello recogido y protegido con un gorro, las manos cubiertas con guantes. El menú incluye: tostadas francesas, huevos revueltos, jugo, avena, fruta y leche.
Los muchachos ingresan por una puerta lateral del edificio. Se registran y se les indica que dejen las armas en los lockers, en caso de tenerlas.
Al terminar, todos recogen sus bandejas, depositan los desechos en los contenedores, limpian las mesas y todo vuelve a quedar igual. La mayoría regresa a las calles o a la plaza; otros se dirigen a los servicios de apoyo: estudios dirigidos, aplicaciones de empleo, orientación psicológica o sexual.
En horas de la tarde nos dirigimos a la residencia en donde ofrecen vivienda temporal a algunos de los jóvenes. Allí albergan a 20 muchachos sin importar el sexo. Las habitaciones están asignadas según cada caso: familias, madres solteras con sus hijos o jóvenes, inclusos sus mascotas son aceptadas. Cada uno de ellos está encargado de mantener limpio su dormitorio y debe ayudar con el mantenimiento general de las áreas comunes.
Al caminar por el edificio pregunto si es posible conversar con alguno de los muchachos. Me presentan a Tracy, una joven de 19 años que está experimentando el no tener hogar. Al tocar la puerta de su cuarto y preguntar si puedo pasar, Tracy responde: “Todo está muy desordenado”. Le dije que por ser madre de cinco hijos estaba acostumbrada a ver cuartos probablemente más desordenados que el de ella. Abre la puerta, hablamos cerca de hora y media. Tracy quiere ser cosmetólogo, sabe todo sobre pieles y maquillaje. Me dio una clase de cómo arreglar mis cejas.
El viernes por la mañana nos dirigimos a las sedes de la heladería Ben & Jerry’s y el taller de impresión New Avenues Ink, franquicias que han cedido un espacio para que la institución pueda enseñar a los jóvenes a trabajar y a adquirir las destrezas necesarias para reinsertarse en la sociedad.
En la heladería se les instruye sobre las normas de higiene a utilizar en los sitios de comida, manejo de inventario, atención al público y recepción de insumos. En el taller de impresión tienen acceso al manejo de tintas y diseño e impresión del producto final. En ambos casos los jóvenes deben cumplir un horario, se les enseña a ser responsables con su tiempo y el tiempo de los demás.
Mi último día con ellos es el sábado. Asisto a una charla sobre LGBTI (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, intersexuales). El moderador me sorprende cuando me pregunta cuál es mi género.
El 40% de los jóvenes sin hogar se identifican como LGBTI, según DoSomething.org. Esto se le atribuye a que muchos de ellos fueron abusados mentalmente y sexualmente en sus hogares o en los orfanatos. Estos jóvenes han sido rechazados por su orientación sexual.
New Avenues me ha dado la oportunidad de ver, conocer y compartir realidades distintas. Uno de cada siete jóvenes, entre 10 y 20 años de edad, dejarán su hogar. De acuerdo al National Conference State Legislation el 75% de estos jóvenes son mujeres. Se estima que alrededor del 22% de estas niñas/mujeres salen embarazadas, ya que intercambian sexo sin protección por un techo, comida o drogas. Además, muchas de ellas son abusadas sexualmente.
Estos muchachos están propensos a sufrir depresiones severas, suicidios, adicción a drogas y desnutrición. Todos merecen una oportunidad.